Allí comienza el verdadero viaje. Al atardecer, la hora de Salomón (Saat suleimanya), los yemeníes se dejaban caer lánguidamente sobre los divanes; tumbados sobre cojines iban desgranando poco a poco sus historias y leyendas, mientras arrancaban una a una las hojas de una rama de Qat para ir llevándoselas a la boca con delectación.
El Qat adormece las preocupaciones cotidianas, ahogándolas en un sopor dulce; abre la mente, pero te sume en un estado de languidez del que no puedes escapar. Esa es la magia del momentum yemení, el Kif para los marroquíes, el naÿva para los persas: la hora de la conexión con Dios. La conciencia de saberse parte integrante del universo, de participar de él y de aceptar sus dones, pero también sus limitaciones. La embriaguez producida por el conocimiento, asomarse al vacío del mundo, al abismo y sentir ese vértigo ...
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